jueves, 27 de septiembre de 2018

Gotas de Lluvia


Gotas de lluvia
danzarinas, atrevidas
acarician mi cara,
me empujan a buscar refugio;
apuran mi paso.
Gotas de lluvia,
maldecidas, bienvenidas
llevan mi alma
a recuerdos húmedos:
tazas de café caliente,
manos entrelazadas
cartas que se escriben con la música indicada.
Gotas de lluvia,
espíritu de purificación
bailarinas errantes
inspiradoras de más de una canción.
Gotas de lluvia,
mágica ilusión,
sueñan con despertarse...
convertidas en picaflor.

M. Cristina Pradera

Lago


El cielo verdeció y partiste en
búsqueda de sus ojos negros.
Soñaste al fin con un por qué.
Caminaste desiertos pensando
en estar vivo y en estar muerto,
muriendo todo el tiempo. Oíste
su voz, confiaste en su silencio
y con furia el viento todo lo arrasó.
Despertaste en plena noche y lo
que creías cierto se desvaneció
allí donde siempre llueve o nieva,
donde tu llanto nace en forma de
pétalos diminutos de aroma púrpura.

¿Pronto volveré a verte o debo
decirte adiós? ¿Dónde estará tu
aliento, tu suspiro que ya no es mío?

Viste sus finos labios cubiertos de
sangre y te arrodillaste implorando
lo inefable. Te ofreciste en sacrificio,
honraste tu fragilidad en un último
y vano intento por creer en algo.
Sobre el lago de luna imaginaste
mariposas o algo similar a una grieta.
Viste al sol salir y caer
y te entumeció la idea de la libertad en soledad.
Quisiste hallar alivio en el dolor
Y notaste que a veces es demasiado
grande para transformarlo. Quizás
encuentres calidez en la idea de
perfección, allí donde hay luz
y donde también hay sombras.

Alejandro Di Donato

Jugando con fuego


La gran hoguera estaba preparada, en el centro cívico de la cuidad. Se conmemoraban 70 años que don Fusto Ernesto de la Sierra Pentacolor, hizo lo que hizo por el pueblo. Él entró al incendio y rescato a muchas personas, en uno de sus viajes se relata que llevó 7 niños en sus hombros. La bestia humana, caminó descalzo por las ascuas sacando la mayor cantidad de pequeños inocentes que pudo. Las leyendas cuentan que entró y salió tantas veces, hasta que la carne de sus pies estuvo cocida. Después tirado en el suelo, casi desnudo, pero vestido de negro ceniza les dijo a sus compañeros ciudadanos que lo dejen a él solo. El resto de la población huyó al río, mientras Ernesto se paró y apagó el fuego de todas las casas.
Nadie sabe cómo lo hizo, sólo se sabe que una hora después, vino rengueando, totalmente negro. Nos dijo que lo había apagado y fuimos para comprobar que el fuego había muerto, ni existían carbones prendidos, todo estaba frío. De ahí, nadie supo cómo lo logró y él jamás lo contó.
Por eso todos los años conmemoramos a nuestro héroe. Poniendo una hoguera donde cualquier persona pueda ir e intentar apagarla sólo con su cuerpo. La fila como siempre, no era ni muy larga ni muy corta, era justa. Alrededor del círculo de fuego, estaba rodeado de agua y cuchillos. El agua para relajarse y los cuchillos para suicidarse si no se soportaba el dolor.
Edison, hijo de Bartolomeo de la santísima guardia del oeste, fue el primero. Era mórbidamente obeso, tenía rollos que rebalsaban hasta su nuca, pero al mismo tiempo era precioso. Tenía ojos color hielo y rizos pelirrojos.
Miró los tablones que estaban dentro del fuego y los odió, vio a los asesinos de sus bisabuelos. Entró de un salto, rompiendo los listones que estaban en el suelo, astillas ígneas volaban por los aires. El gordo, gritó de dolor y puso su plan en marcha. Cubrió su cara con las manos y empezó a rodar donde podía. Ahogaba el fuego con grasa, pero el calor le cocinaba el cuerpo. Nadie podía rescatarlo, así era el reto, sólo si él lo pedía. Bartolomeo no lo resistió más, se metió entre las llamas y con sus manos hizo rodar a su hijo al agua. Todos lo miraban felices de que se hubiera salvado, pero no acotaban nada porque era un acto deshonroso ser salvado.
Se dio paso Tadeo Isidoro cruz, un viejo que se la daba del rey del orden, pero entro y tuvo que ser salvado cuando el fuego le secó los ojos. La soberbia lo dejó ciego.
Lo siguió Guille, era conocido sólo por Guille y no tenía familia que lo salvara. Sus esqueléticos brazos se metieron dentro y nunca salieron.
Martin Hierro conocido por “gringo”, a pesar de ser más oscuro que el carbón mojado; se metió adentro, pisaba las ascuas sin sentir dolor, partía tablones con los puños, devastaba el fuego, hasta que se ahogó con el vapor proveniente del asado de carne humana, que llevaba por pie. Después las ratas del pueblo comieron la carne agridulce más rica, que probarían en su vida.
Uno a uno fueron corriendo los hombres, se juntaron cadáveres, pero la ceremonia dura hasta que el último valiente haga su intento. Para evitar que se muera el fuego, se metía madera y los licores más berretas que teníamos. Si eras uno de los primeros, las llamas eran más fuertes, pero tenías una ventaja: al entrar al infierno no había olores extraños, ni tampoco pedazos de humanos por el camino.

Hoja de Laurel de la Cosecha madura. Estaba sin ninguna vergüenza semidesnuda frente a todos, las niñas la admiraban y los viejos la deseaban.  Se paró, entró al horno de madera, gritó como un oso y las chicas aplaudieron despavoridas.  Como bien entró, empezó a intentar asesinar el fuego con maderas impregnadas del mismo, se estaba empezando a quedar pelada. Al rendirse no tenía cejas y ya nadie la deseaba, pero alguna que otra chiquilla le alcanzaba agua, por ser la única mujer que se enfrentó al reto.
Ya la madera se estaba consumiendo y la gente se aburría. Era la hora donde se esperaba al último desgraciado, pero antes se usaban las llamas para cocinar o, torturar lo que quisieran.
El sacerdote Asterión Flores dijo mi nombre. Aparecí con mis rollos y altura media, pero con el pelo negro hasta la cintura. Dije “solamente lo haré si nadie mira, además quiten toda el agua de alrededor, sólo voltéense si llego a rendirme” Las personas fascinadas por la novedad, acataron mi orden sin problemas. Esperé hasta que el último se diera vuelta. Caminé por las calientes cenizas, miré a los costados y empecé a apagar el fuego del suelo, con mi orina. Había estado tomando muchísima agua, guardando para este momento. Largué todo lo que tenía, fue suficiente hasta para dejar todo el suelo mojado y después usar las cenizas para apagar las tablas a mi alrededor. Una vez la tarea hecha el pueblo se volteó y fui su héroe. Con quemaduras, dolores de vejiga que eran mayores que el de mi piel rostizada. Al mismo tiempo, también recibí dos barriles de agua ardiente y tres novicias de regalo de la gente, por conmemorar el día de don Fusto Ernesto de la Sierra Pentacolor, de semejante manera.

 Fernando Cabral

Blanco ceniza



-No te puedo creer, ¿así te lo dijo?
-Si si…. Cortito y al pie.
-¿Así, como si nada?
-Sí… en un audio de veinte segundos…
-¿Y ahora te lo viene a decir? ¿Con todo listo?
-Bueno, todo no. Ya teníamos el salón, el catering… las mesas armadas… estábamos definiendo el tema de los manteles… fue por eso en realidad que se enojó.
-Pero… ¿para tanto…?
-Rodrigo es así, yo lo conozco. Cuando se le mete algo en la cabeza no es capaz de ceder aunque se esté muriendo. Es un caprichoso… nene de mamá…
-¿Tan grande fue la pelea como para decirte que no te quiere más…?
-Es un exagerado, cuando está enojado dice cosas que no siente, yo lo conozco.
No sabés el color horrible que eligió para los manteles… un blanco ceniza que no combina con nada.
-¿Blanco ceniza? Ni idea, la verdad…
-Un espanto, no tiene nada que ver con el blanco del vestido, un desastre. Tiene el mismo gusto de mierda que la madre, yo se lo dije.
-¿Pero por eso va a armar el bolso de un día para el otro y dejarte por watsap?
-Es un impulsivo de mierda… ¿sabés cómo lo conozco? ¿Me decís que no podía esperar al fin de semana para hablar bien?
-Claro, en la semana se complica…
-Y claro, imagínate que está saliendo tarde de la oficina todos los días… la otra noche llegó casi cuando amanecía.
-¿Y no te parece que puede haber algo más? No sé… ¿venían discutiendo seguido?
-Y sí, más vale, qué querés, ¿que se la deje pasar así nomás? Blanco ceniza… No hay nada más triste que el blanco ceniza. Si me decía blanco tiza se lo perdonaba, pero blanco ceniza es demasiado.
-No sé cuál es, la verdad.
-Es un blanco así como medio sucio… tirando a gris. La verdad que no tiene nada que ver con nada. Tiene que ser un blanco puro para los manteles… inmaculado. Ahora cuando hablemos más tranquilos se lo voy a hacer entender.
-Ah, ¿pero quedaron en verse?
-No, pero ya va a venir… es un rencoroso de mierda, pero siempre termina volviendo. Sabés cómo lo conozco…

Mariana Cravenna

PROBLEMÓN


¡Qué macana! ¿Por qué no digo “qué cagada”, si estoy pensando en voz baja y nadie me escucha? Es cierto. Na-die. Puedo decir lo que quiero, ¡qué nabo! Entonces ¡qué cagada! ¡Me van a recagar a pedos! Qué maleducado que soy cuando pienso en voz baja, eh. A ver… ¡puta! (Ji, ji, ji.) Otra: so-re-te. (Ja, ja, ja.) Ulti: la recon-chadelateta. ¡Ja, ja, ja! Bueno, ya fue, porque re zarpado sino… ¿Qué hago, tomo lavandina y me suicidio? Nah! ¿Para qué? Si el agua tiene lavandina y nunca pasa nada, nadie se muere… ¿Te imaginás? “Se murió por tomar agua”, “ÚLTIMO MOMENTO: el agua está envenenada”, “dicen que hay que tomarla, que está potable, pero es para morir”. Qué risa. Cualquiera. No, pero posta. No sé qué hacer. ¡Cómo me voy a meter en semejante despelote solo! Yo estaba jugando lo más bien, era la batalla, la que definía quién iba a ser el nuevo jefe supremo de los humanos y las plantas del cantero. Y estaban todos, pero lo peor pasó al final, cuando Gokú le estaba dando maza para que tenga, guarde y reparta a Aquaman, ¡pum pum pum, tomá!; y no va que en una de esas se mete en el quilombo la Barbie de Antonela y los liquida a todos de una sola patada…Fuuush! —se le vio la bombacha a full cuando lanzó la patada giratoria—. Entonces, caen de la cama y van directo al piso (el infierno), por machistas, como dice la tele y Monicam, la youtuber uruguaya que tira las cartas. Se habrán portado re mal, porque al toque vino Ramón y empezó a comérselos, a todos, como si los odiara o como si fueran de chocolate (aunque el chocolate no le gusta) o esas bolitas Royal Canin.
    “Míos míos”, aparte del Gokú y el Aquaman, eran sólo el Hulk, el Robin, el Pokemón, el Oso Perezoso Especial Edition, el escuadrón de soldaditos “Delta Force contra el Terrorismo Internacional y la Legión Oriental de Comunistas Asesinos”, el Rambo (bah, en realidad, ese era de mi viejo pero me lo dio; lo cuento como mío, ya fue), el Iron man, el Mariano Moreno, y el Capitán América. Después, la Barbie de Anto y bue…
    Pasa que Alejo está lleno de plata. En realidad, no él, sino el papá de él es el que está lleno de plata, y le compra de todo. Tiene todo. Tiene todo “dos” veces. Sí. Porque Martin, el hermano más grande, tiene todo, todo lo mismo que Alejo pero sin abrir, es decir, conservando el blister original. Así tendrán un mayor valor de reventa el día de mañana, de manera tal que no solo mantengo sino que le saco ganancias a la inversión de capital inicial ¿entendés?, dice el hermano cada vez que sale el tema o nos usa los juguetes. Porque en esa casa son todos así, viven pensando en la guita. Porque el papá es garca. Tiene plata porque es garca, dice mamá siempre. Por eso le dije a la seño el otro día que cuando sea grande yo quería terminar la facu y ser un garca: para comprar muñecos. Se me cagaron todos de la risa. ¡Qué boludos! Se ve que les gusta jugar a otra cosa. Bueno, la cosa es que cuando fui a lo de Alejo el otro día que fue su cumpleaños y mientras algunos jugaban a la guerra de chizitos en el parque y otros a saltar en el pelotero (que en realidad no tiene pelotas, pero los grandes son así: nos hacen hablar como ellos, por más que no tengan pelotas) yo hice como que iba para el baño pero no, me metí en la pieza de Alejo; y sí, lo vi y me lo traje. Lo metí adentro del calzoncillo. Lo puse de costado, así, porque adelante me hacía mucho bulto y no quería levantar sospechas. Hacía rato que le tenía ganas. Siempre tuve más ganas que guita, porque mi papá no es garca. Tampoco me compra muñecos; él trabaja de otra cosa. Y bueno, qué se le va a ser. Ya está. Igual, yo se lo pensaba devolver, eh. Pensaba quedarmelo, qué sé yo, una semana, dos, tres a lo sumo, y después se lo daba. Más vale que se lo iba a dar, si es mi amigo. Pero así no puedo. Ni loco. Ahora le falta la cabeza y un cacho de pierna. El Spiderman perdió la guerra contra un perro y quedó hecho mierda. Rima. Y Ramón…no sé, tosió un par de veces y se acostó. Se quedó quietito, de costado, como aguantando la respiración y eso fue hace como una hora ponele ¡NO! La reputa madre que lo parió… ¡Es robo y asesinato! ¡Robo premeditado seguido de muerte! Soy un oriental… ¡comunista! Capaz que voy a una cárcel para chicos. Chicos chiquitos. Chicos machistas. Me voy a tomar un vaso con agua…

Microrrelato

El desgano ha llegado y parece no quererse ir, pero rebelde en el ser me levanto; y le doy batalla.

Vamos que arranca, rum rum, vamos que arranca, solo falta un empujón más para que se prenda, se aireo mi cabeza en el taller literario. Y vamos por más. Ojala arranque, este fue sin dudas un buen comienzo.

Carolina Lacaba Barrios

Se dispararon las palabras



Y así fue una tarde de agosto que casi sin poder levantarme, me levanté, y me fui. Sí, al taller literario. Algunas risas se me escurrieron, la pasé bien, y se dispararon las palabras como si allí en algún lugar guardadas algo tendrían para decir, y así y solo así con muchas ganas de escribir me fui.
Escribí en el colectivo, ¿ansiosa yo? Naaaaaaa.
Y así empieza una nueva historia, la historia que yo quiero escribir para mí.
Leer y escribir, ¿será una paradoja?

Bueno ahora a disfrutar de la vuelta a casa y a descansar, a mirar una peli quizás.
Gracias universo por esta nueva oportunidad.

Carolina Lacaba Barrios

EL VIAJERO



Good morning, Worm your honor
the crown will plainly show
the prisoner who now stands before you
was caught red-handed showing feelings,
showing feelings of an almost human nature
This will not do.
(Pink Floyd, The Trial, 1979)

Eran las once y once de la mañana-tarde-noche-nunca-siempre. El presunto ladrón había sido sorprendido y capturado por los guardias, mientras merodeaba de forma sospechosa por los pasillos y las habitaciones del palacio. Tras recibir un par de golpes, fue arrojado a empujones y patadas frente al trono, cerca de los pies de un viejo monarca enfurecido. Entonces, le quitaron la venda de los ojos y al fin lo vio, allí sentado, tal como se lo había imaginado, bajo el yugo de su propia corona y con una espada filosa, brillante y muy pesada entre sus manos, que apuntaba directamente hacia su cuello. Esto fue lo que le dijo el anciano, disimulando el temblequeo:
 —No te saludo ahora y jamás lo haría porque no mereces mi respeto, así que mírame a los ojos ¡AHORA MISMO! y escucha bien atento esta malDITA pregunta: ¿cómo hiciste para vulnerar la seguridad de mi castillo?
    —Fue fácil… Entré por la claraboya; pero, ¡por favor no me mate!
   —Dame una sola razón para no hacerlo —ordenó el rey, sin bajar la espada—.
   —¡Porque vengo de muy lejos! —dijo llorando, pero no parecía tenerle miedo, para nada, sino más bien estar emocionado— ¡Porque siempre quise estar aquí, frente a usted, y hacerle una pregunta! ¡Me dijeron que es el único realmente capacitado para poder contestarla! ¡Una sola pregunta, por favor y me voy solo! Se la haría ahora mismo, si es que así me lo permite…
—Pues bien, adelante.
—Veo cosas, majestad. Veo que existe una especie de rayo de luz que va mutando de color, hay días que es púrpura, otros en que se lo ve más bien tirando a azula-do… ¡Y lo tienen todos, eh! ¡Todas las personas vivas! También lo he visto en plantas y animales… ¡Y ellos no lo saben! Sale desde el centro de la frente y los conecta, a todos, sí, ¡absolutamente a todos! No sé si lo estoy explicando de la manera correcta, seguramente no, pero es apenas por encima del entrecejo que nace y va formando una sola y gran cadena luminosa. ¿¡Cómo es posible que nadie lo vea, majestad!? ¡Oh, cuánta impotencia! ¡Cuánto dolor siento a veces a causa de todo esto! Disculpe que me ponga así, pero es que nadie ve ese rayo y yo quisiera poder mostrarlo; agarrarlo con mi mano si es posible, pintarlo de algún color, el que sea, el que sea que ellos vean, no importa cuál, da exactamente lo mismo, en serio, pero tienen que verlo, ¿entiende?, creo que es necesario y alguien tiene que hacerlo, ya es hora; solo es cuestión de que lo vean… por nuestro propio bien, por el suyo, por el mío, ¡por el bien de todos, carajo!, al menos una-sola-vez y listo… saber si ellos también pue-den ver las conexiones y…
—Bueno ¡BASTA! Es suficiente… ¡Largo de aquí! No puedo matarte…
—Muchísimas gracias, señor, en serio, es usted tan generoso…
—No. No me agradezcas. No puedo matarte porque ya estoy muerto, creo; y ni siquiera hablas, sino que yo te estuve imaginando. Tú eres ese rayo y ya te has ido; recién te vi salir, a mi lado, por la claraboya…





11:12
Matías Calassán

martes, 25 de septiembre de 2018

Los fuegos del mundo



De tu cuerpo se desprende
el vino que me embriaga y
me conduce por senderos
cuyos destinos desconozco.
Nunca pude detenerme.
Me abrazo a tus piernas
y es allí cuando siento
los fuegos del mundo,
el preludio de lo sucesivo,
lo que es tenue y es suspiros.
Y si la sonrisa es inevitable
y lo indestructible se torna real,
quizás sólo quede una mirada,
nuestra mirada, etérea y frágil
como el humo del cigarrillo que
encendemos hacia el final y que
marca un nuevo comienzo.


Alejandro Di Donato

Coligado



Camino entre restos de una ciudad llena de flores, otrora bellas y hoy secas de toda sequedad.
Ceguera parcial, donde las pupilas se desintegran cansadas de paisajes grises.
Como un centauro, lucho empecinado entre mis profusas alegrías, cuerpo a cuerpo.
Casi un álter ego desquiciado, rasco la sarna, que avasalla mi piel pura y disfruta boicoteándome.
Caigo tantas veces, que la cuenta es imposible de llevar, mágicamente levanto mi mirada al cielo, con una plegaria muda y con la ayuda de las estrellas me pongo de pie, una vez más.
Carcajadas imparables suenan como algarazas, en medio de la noche más larga.
Comparo infatigablemente mi fuerza, es como la del acero fundido corriendo por mis venas moradas, dejando ardientes surcos.
Confluyen en mí dos existencias inalterables, que pujan por ganar.
Cofradía ponzoñosa instalada, debilitándome desde mis entrañas retorcidas. 
Cansada ya de convertirme una y mil veces, entre infinitas opciones y pasiones, inquiero armonía, desde los más oscuros y eternos laberintos.



Liliana Parra

Somos artistas


Somos unos dementes desamparados obstinados inconclusos adictos del saber.
Somos unos hipócritas endulzadores de mentiras amantes del incompromiso.
Somos unos aventureros incursionistas de nuestros propios melodramas y tragicomedias.
Somos unos malditos bastardos enamorados de lo indiscreto, lo prohibido y lo falso.
Somos unos desmentidos traficantes de egoísmo, capricho y resentimiento.
Somos los rincones de los callejones más oscuros y deshabitados del inframundo.
Somos tierna y despiadadamente complicados.
Somos egocéntricos de ideas y hacedores de paralelismos.
Somos antipáticamente agrandados, pendencieros y envidiosos.
Somos insoportablementes brillantes, gritones y mal agradecidos.
Somos infinitamente únicos y eternos, odiosamente inmortales.
Somos endemoniadamente sentimentales, melancólicos y extravagantemente desmedidos.
Somos elocuentes seductores de los sueños y devoradores de los carentes de deseo.
Somos emprendedores de artimañas, apostadores compulsivos del destino.
Somos sociópatas indiscretos alérgicos a la serenidad de las rutinas.
Somos compañeros de las estrellas y narradores del alba.
Somos inmarcesibles flores del Jardín de la casa de las ovejas negras.
Somos enemigos de los desenlaces en busca de grandes historias.
Somos lienzo, somos tinta, somos pasos, somos estrofas, somos zancos, somos aros, somos música, somos guiones, somos libros, somos poemas, somos artistas.

Lara Moscoso

Pastel de cumpleaños


Un día atípico del año, donde uno se fusiona con el sistema, para festejarse a sí mismo que estuvo un año más con las personas que ama, o un año más cerca de morir.
El cumpleaños significa la fecha en cual vos naciste, representando que pasaste un año en este mundo. Sin embargo, esto no es del todo cierto, ya que un año terrestre, según nuestro sistema, son 365 días y 4horas. Por lo tanto, cada año que vos festejas tu cumpleaños está siendo desviado por un margen que vos no contás y para nada se suple con el año bisiesto. Al contrario, se corre aún más, el primer año 4 horas, al segundo 8, el siguiente 12 y al cuarto salta a 36 horas, por el día agregado al calendario.
Ella llevaba una caja de 5 kilos en las manos, porque el paquete no tenía manija así que había que sostenerla por sus caras, no había otra forma de transportarla, una abajo, cortándose con las cintas mal colocadas y otra por delante evitando que la caja se moviera más adelante de lo que ella quería. 20 cuadras por la Avenida Santa Fe, un subte y por fin la oficina.
Un cumpleaños para ella podría ser una fecha sin importancia, en la cual todos querrían demostrarle cariño, uno vaya a saber por qué. ¿Cuál es la idea de endulzarle el oído a una persona?, ¿miedo a que tenga un día difícil? La vida siempre es difícil y eso no significa nada, soy fanático de querer pensar que todo tiene un doble sentido y hasta a veces uno triple que es más oscuro que los dos anteriores.
Las manos lastimadas por las cintas tecleaban velozmente, sobre un teclado que olía igual de pestilente, que sus axilas transpiradas. Un paquete de 5 kilos para un hombre prepotente puede ser cosa fácil, pero cuando una delgada señorita tiene que llevarlo, obviamente tiene consecuencias físicas, 20 cuadras no las hace cualquiera y encima sin quejarse con nadie. ¿Ya que a quién le iba recriminar algo? ¿a ella misma? Nosotros nos ponemos en las situaciones que nos encontramos.
Igual su día todavía no terminaba, complicaciones provocadas por terceros, dieron por resultado que el regalo no sería entregado el día pertinente a su destinataria. En realidad, negligencias, estupideces de jóvenes, que pretenden separar el amor de las amistades. Ni hablar de la familia, entre más lejos todo mejor. Evitando mostrar quienes verdaderamente son, para así evitar un posible rechazo de la gente que dicen amar, pero apenas quiere, una típica escena de juventud moderna.
Ahora le tocaba el viaje a casa, Subte D, luego H y siguiente el Sarmiento. Una mochila para atrás era la tentación de carteristas, al frente la caja dejaba un aire libre donde apoyar su cabeza, todavía con la cinta mutiladora de dedos. La gente no da asientos a las personas con carga, sólo los otorgan a minas lindas, viejas que les recuerden a sus madres, pendejos insoportables y embarazadas. El transporte público, hermosa belleza de un estado organizado, sin embargo, un paraíso para depravados y mal vivientes, se encontraba convertido. Un toque en el muslo, con una intención sucia fue la perfecta distracción, otra mano que estaba suspendida entre el mar de gente le quitó el celular, cuando ella se movió de forma bruta para otro lado, esquivando el manoseo. Continuó su viaje sin saber lo que había pasado. Aunque ya estaba enterada que su vida era frustración, tras frustración. Tal vez corría buscando regalos y se encontraba pendiente de todo para buscar que al final alguien la tratase de igual modo, pero jamás alguien había estado así con ella.
Bajó del tren y notó que había sido doblemente ultrajada en el viaje. Contuvo la ira, pero salió a flote a la realidad, en forma de lágrimas. Tiro el paquete al suelo, lo pateó 8 veces y luego se miró su mano derecha, ya se veía las futuras ampollas que saldrían, luego ojeo la izquierda que estaba rígida, casi sin movilidad. Todo el esfuerzo que significó para ella escapar de un almuerzo, llevar un paquete inmenso de capital a provincia, donde dejó una gran parte de su sueldo miserable, todo para nada. Encima había guardado una falta en la facultad para llevárselo el mismo día y, después recibir su propio cumpleaños, a las doce, con ella. Nacieron una después de la otra, sólo con un año de diferencia y unas desviaciones que no son tomadas en cuenta. De todos modos, volvía agarrar el presente y lo cargó al hombro con su voluntad.
Llegó a su casa cansada, cortada, frustrada, pero con un atril, que ya no era para nadie, ya que ni se lo merecía. Sobre la mesa estaban las facturas impagas de arnet y aguas argentinas, ni las miró, se marchó para su cuarto, estaba incomunicada del mundo exterior y para su mala suerte nada podía hacer. Dándose cuenta se había metido a su cuarto con la caja en la mano, ese regalo ya que no lo iba a entregar y no podía devolverlo. Así que agarró una trincheta y se vengó de la cinta que vestía con su piel muerta. Desató el nudo rojo y despedazó la nota que era para Tati.
 Estiró las patas de madera y lo puso frente a ella, mirándolo con deseo, el atril pedía ser usado a gritos y cumplió su capricho. Abrió los acrílicos, los mezcló, estiró su lienzo y pintó. De forma realista puso cuervos, gárgolas, castillos y gules de Pickman, sobre una misma hoja. Después pintó un río sin orillas y sin corriente. De esa forma continuó pintando aleatoriamente en trance. Casi acercándose a la media noche, ya por el final del cumpleaños de su amada y el comienzo del suyo, había pintado un bizcochuelo, después lo cubrió de un chocolate amargo, copos de dulce de leche, gomitas de colores y escribió “Feliz cumpleaños Mariana” por encima, después agregó unas formas de plástico que formaban un 20. Terminada su obra de arte se chupó los dedos, ya que todo lo que había pintado fue realizado con ellos. Saboreó los dulces que se habían mezclado y estaba encantada. Metió las manos en su obra maestra bidimensional, apretó fuerte el pastel oscuro y lo transportó a la realidad. Sacó su encendedor del bolsillo, allí se percató que se había olvidado de poner las velas, buscó dos cigarros y los puso con el filtro mirando al cielo raso sin revocar. Prendió las puntas, aplaudió 4 veces, esperó el campanazo de medianoche, sonrió, rompió en llanto y sopló. Esperando que se cumplan sus deseos.

Franco Villarreal

El carduus acanthoides



No sabía cómo ni por qué había brotado, simplemente un día, estiró un minúsculo tallo verde y sintió por primera vez, la calidez del sol. El lugar, no parecía ser el más propicio, todo era muy frío y gris, no era probable que allí, pudiera crecer algo. Sin embargo, en esa esquina de la ex avenida Vergara, en el distrito de Morón, fue que se abrió su semilla y finitas raíces, se arraigaron a la tierra, escondida bajo el cemento. Así nació este Carduus acanthoides, pegadito a la pared de un negocio, ya quebrado. Anteriormente, aquel local había servido como casa de comidas rápidas y en otros tiempos, como venta de repuestos para autos –rubro que abunda en la zona-. Pero ninguno pudo sobrevivir la crisis, cuando las cortinas cerradas de los locales se convirtieron en el paisaje habitual. Fue en ese otoño y en ese abandono, que el Carduus acanthoides germinó. No estaba del todo solo, aunque así lo sintiera, a su lado, otro tallito fino, crecía buscando la luz solar.
Era algo difícil, las nubes se empecinaban en taparlo todo. Aunque algunos días, pocos pero poderosos rayos entibiaban el aire y la tierra y ambas plantas, absorbían su calor y su energía; engordando y enverdeciendo sus tallos. Habían pasado varios amaneceres cuando el Carduus acanthoides, notó que su tallo estaba creciendo al ras del suelo, a diferencia del de su compañera, que se erguía.
-Es porque yo soy una Commelina erecta, también conocida como la flor de Santa Lucía – explicó – y las Commelinas erectas, crecemos de esta manera.
El Carduus acanthoides tuvo curiosidad, él no sabía bien qué era ni de qué manera debía crecer.
- Sólo tenés que sentir tus raíces - explicaba la Commelina erecta cuando el cardo la interrogaba sobre cómo hacía para saber sobre su identidad.
- Se conoce desde la semilla, como si te lo trasmitieran tus ancestros – agregaba sumando confusión.
El otoño se hizo invierno más rápido de lo que ambas malezas esperaban. En ocasiones, el Carduus acanthoides, soñaba con ser alto. Quería ver algo más que el cielo alternándose entre el día y la noche y las suelas de los transeúntes, que pasaban por la esquina. Sin embargo, cuando el aire helaba o el viento soplaba su ira, se alegraba de estar tan pegadito al piso. Se sentía más protegido, no se doblaba en cada tormenta como la Commelina erecta.
Una mañana - de esas en las que al sol le cuesta desperezase y sale tarde, pero al hacerlo, parece haber recuperado todas sus fuerzas y alumbra de la forma más cálida que puede alcanzar en invierno - el Carduus acanthoides, sintió que un nuevo tallo crecía desde su interior y esta vez, directo hacia las alturas. Fue su primer tallo erguido. Al principio, era fino y delgado, mucho más que los otros que habían quedado al ras de la baldosa, pero con el correr de los días, logró alimentarse y engrosar. Se hizo fuerte. Comenzaron a salirle las primeras ramillas y hojas. No eran muchas, pero el Carduus acanthoides se sentía orgulloso de sus cambios.
Fue en una tarde nublada cuando vio por primera vez un macetero, en el balcón de una de las pocas casas que había en la avenida. Allí, habitaban una Petunia y unos Geranios. Eran plantas grandes, sumamente frondosas. Aún en invierno, conservaban el verdor en cada una de sus hojas.
-Hola – quiso presentarse el cardo, sin obtener respuesta.
-Esas plantas no se comunican con nosotras – aclaró nuevamente su compañera la Santa Lucía - Nosotras somos malezas, ellas plantas. Tienen casa y alguien que las cuida, un humano.
El cardo la miraba atónito. ¿Cómo podía tener una respuesta para todo si vivía en la misma baldosa gris que él? Decidió peguntarle.
-Las cosas que sé, las oigo en el viento – explicó - donde vuelan el polen y las ideas de las plantas. Al brotar, sentí enseguida el arrullo de mis antepasados. Mi madre y algunas de mis hermanas viven en la otra esquina o en el terreno baldío de la vuelta, siempre es más fácil sentir a aquellas con las que compartiste clorofila alguna vez- explicó categórica la Commelina erecta.
Pero las dudas del Carduus acanthoides no menguaban, más bien se multiplicaban, como las ramificaciones de la Santa Lucía, que además de tener conocimientos, se llenaba de hojas nuevas cada día que pasaba.
¿Por qué él no sentía a nadie? ¿Acaso ninguno de sus antepasados estaba cerca? La soledad le invadió las raíces y cada una de sus nervaduras.
Hasta ese momento, el Carduus acanthoides, no había pensado en los humanos como seres con los cuales generar vínculos. Asomado desde la pared, los veía ir y venir sin llamar su atención. Tampoco ellos se habían percatado de él, ninguno se había acercado a mirarlo o tocarlo, por ejemplo. Esa noche, notó por primera vez a la mujer de la esquina. Estaba siempre allí, pero el Carduus acanthoides no había reparado en ella hasta entonces, cuando percibió en su aroma el hueco del abandono. ¿Acaso ella tampoco conocía a sus antepasados?
El cardo comenzó a observarla todas las noches. Sólo podía contemplarla de espaldas, siempre tenía los ojos en la calle, en los autos que parecía estar esperando. Usaba botas largas, al Carduus acanthoides le gustaba ese cuero brillante que deberían ser sus raíces móviles. La noche que él conoció sus ojos, habían comenzado las últimas lluvias frías, esa garúa finita a la que el invierno – antes de despedirse- nos condena semanas enteras por el puro placer de demostrarnos su poder. La mujer se había acercado hasta la pared, buscando refugio frente a las gotas gélidas. El cielo estaba más oscuro que de costumbre, ella, encendió un cigarrillo que iluminó su rostro por un breve segundo. No se trataba de una mujer, sino de una niña.
-Es tan joven –pensó el Carduus acanthoides -Casi tan joven como yo, que no llego a las dos estaciones.
Luego, para su sorpresa, la joven lo miró. Se agachó un poco, para verlo más de cerca, largaba humo por su boca.
-¡Que planta tan rara! – dijo riendo - tiene el tallo peludo.
Al Carduus acanthoides no le gustó sentir que se burlaba, pero le agradó que se refiriera a él como planta y no, como cardo o maleza. La piel de la joven, parecía contener las marcas de un siglo entero de dolor. Su risa, era grande, pero desganada y hasta un poco arrugada. Dio la última pitada a su cigarrillo y sin saber por qué, extendió su mano para tocar al cardo.
-¡Ay! ¡Planta de mierda! - gritó después de pincharse levemente con una de las pequeñas espinitas, que el Carduus acanthoides tenía desde algunos días atrás. Luego, se paró y dijo en voz alta:
-Igual está bien, no queda otra que ser un poco ruda.- Encendió un nuevo cigarro y se fue caminando despacio, hasta el auto que llevaba varios minutos haciéndole luces.
El Carduus acanthoides no sabía nada sobre sus espinas. Le habían crecido al mismo tiempo que los pelillos, encima de sus tallos erguidos – ya eran tres los que se habían elevado – cuando los fríos se hicieron intensos. No le agradaron tanto, hubiera preferido no alejar a quien por primera vez, lo había mirado.
Al fin el sol pudo quebrantar las nubes y derramar su calidez. La Commelina erecta se puso más verde que nunca y una mañana, el tímido pimpollo que parecía asomase, abrió sus delicados pétalos azules. En los maceteros, la Petunia y los Geranios también comenzaban a florar. La primavera estaba cerca y aquella esquina fría y gris, se teñía de color. El Carduus acanthoides sin embargo, seguía igual o al menos, así le parecía.
Pasaron unos días hasta que comenzó a notar la clorofila ardiendo entre sus nervaduras. Sus raíces estaban más fuertes que nunca y de sus pelillos, habían salido brotes de forma desconocida que esperaba, se convirtieran en flor. Como ya le había ocurrido, el Carduus acanthoides se sintió solo, un pobre y solitario yuyo, una pobre y solitaria maleza.
Al atardecer, igual que cada día, llegó la niña de los ojos viejos. Se acercó hasta la pared, esta vez buscaba refugiarse del viento. El Carduus acanthoides supo que lloraba. De alguna manera, podía comprender lo que esa joven sentía, su piel dolida y maltratada, le recordaba a sus hojas, cuando las orinaban los perros o las pisaban los transeúntes sin siquiera notarlo.
Un auto toca bocina y la joven se va. Al Carduus acanthoides le gustaría tener flor y ser bello para ella. Siente que puede. De alguna manera sabe que hay pétalos en su interior, aunque no tengan exactamente la misma forma que los pétalos de la Commelina o la Petunia o los Geranios.
Pasan varias horas hasta que vuelve la joven, más lastimada que lo acostumbrado. Nuevamente camina hasta a la pared. Al Carduus acanthoides le parece que va a caerse en cualquier momento, apenas mantiene el equilibrio y los tacos de sus enormes botas largas, se doblan una y otra vez. Al llegar al rincón donde crecen las malezas, se desploma y comienza a vomitar. Tarda un rato y mientras lo hace, llora, se toca los golpes y llora, se seca la sangre y vuelve a vomitar. En eso, ve la flor. La flor ha brotado del Carduus acanthoides, es una especie de pelotita lila, con pétalos muy finitos, como palillos, como esos que hacía con su hermana con papel crepé, alguna vez en el tiempo, cuando todo estuvo bien, en el poco tiempo que la cuidaron. Sonríe. Ya dejó de vomitar. Algunas lágrimas espesas todavía ruedan por sus mejillas pero sonríe y al Carduus acanthoides, le encanta verla sonreír.  

Natalia De Moliner

Para mi buena amiga, christalle, la princesa dragon




Primera carta
Sinceramente iba a comenzar esta carta preguntándote cómo te ha ido, que ha sido de ti en todos estos miles de años, ya sabes, esa mala costumbre mía, pero ya lo he hecho tantas veces, que ahora te haré caso a ti y te hablaré de mí primero, aunque como podrás imaginar, todavía sigo en el mismo lugar.
Por suerte el bosque bermellón no ha cambiado demasiado y aunque es cierto que gran parte del planeta sí lo hizo, no es la primera vez. He tenido el tiempo suficiente como para confirmar que no hay nada de vida “inteligente”, ya sabes, nadie con quien pueda hablar. Lo mas parecido a ello, son unas pequeñas plantas que conseguí en el lado oscuro del mundo (aunque realmente creo que no hay uno). Las llamo mandrágoras ya que se parecen mucho a un vegetal que usé hace mucho para fabricar un remedio. Creo que debería inventar nombres nuevos, después de todo hasta tuve una mascota llamada así.
En fin, aquellas plantas de hojas azules las puse en unas macetas en la ventana, al lado de mi cama, desde allí puedo hablarles mientras observo la intermitente lluvia. Su cualidad es que ellas repetirán mis palabras, cuanto más charlo con ellas, más aprenden. Con el paso del tiempo, ellas se convirtieron en una buena imitación de una compañía.
Espero vuelvas pronto por aquí, aquellas plantas nunca lograrán aplacar esta soledad. Siempre estaré pendiente de ti y de tu infinita lucha.

Segunda carta
Otra vez ha pasado un gran tiempo para las dos, espero que hayas recibido mi anterior carta. Aunque sé que no debería preocuparme, me enteré de lo que pasó en aquel mundo que visitaste.
En un viaje sin fin todo el mundo se tropieza tarde o temprano. Como sabes, en mi caso, el primero fue hace mucho tiempo y ahora sólo debo esperar a que mi condena acabe, mientras que estoy ligada a este mundo y a esta solitaria cabaña. Por suerte y a pesar de que últimamente nunca deja de llover, la madera siempre se ha mantenido seca, de otra forma hubiese enloquecido hace mucho tiempo.
El planeta ha vuelto a cambiar, el clima aumentó su temperatura en al menos quince grados. Muchos podrían pensar que esto sería un cambio de aires, pero las modificaciones han sido tan graduales que realmente no se siente como algo nuevo. El bosque bermellón es ahora una selva, con hojas de un morado oscuro… A veces me da un poco de miedo, todo alrededor se vuelve demasiado oscuro ya al atardecer y, lo único que alumbra esas penumbras es la insignificante luz de mi cabaña
La buena noticia es que he encontrado un nuevo compañero, un pequeño animalito azul con espinas. Si todavía fuera una persona normal, hubiese muerto al instante con tan sólo dar un toque donde él pisó hace un par de días. Debería estar feliz por poderlo acariciar como lo estoy haciendo mientras escribo esta carta, por suerte las agujas de su espalda no pueden atravesar mi piel.
La mala noticia, es que por ahora mis sentimientos más fuertes siguen restringidos…
Te esperaré por siempre si es necesario. Recuerda que con cada error uno crece, no importa si nuestra vida es tan infinita como el universo, nunca dejaré de confiar en ti.

Tercera carta
Me has hecho muy feliz con tu visita.
Has cambiado mucho y yo también lo he hecho. Aun con el paso de todos estos años, siento como si mi vida hubiese regresado.
En cuanto a esta carta, puede que te parezca raro el tipo de mineral extraño con el que está hecha, pero no tenía otra opción, la temperatura ha subido demasiado como para que el papel pueda existir.
Todo aquí es fuego, lava por doquier. El sol se ve cuatro veces más grande que la luna. Con sinceridad, me gustaría tener la capacidad de morir, en vez de estar obligada a soportar todo esto. Pero nuevamente debo aceptar mis responsabilidades.
Sé que estás ansiosa, pero sólo espera un poco más, aun no puedo decirte mi nombre, ni quien soy en realidad, no hasta que mi condena termine. Sólo podremos seguir viéndonos como siempre lo hacemos.
Debido a tu error, ahora tendrás demasiado tiempo libre y, aunque suene egoísta, creo que será un buen descanso para ti…
¿Puedo pedirte un solo favor? Gasta todo ese tiempo en mí.
Lo sé… toda esta soledad me ha vuelto demasiado egoísta… o quizás no se deba a ello, sino a que probablemente nunca he sido así desde que tengo memoria.
Pronto mi estadía en este mundo terminará y mi condena en el siguiente comenzará. Sólo espero que allí tenga alguien con quien hablar, aunque nada podrá remplazarte.

Ultima carta
Muchas gracias, te estoy infinitamente agradecida por cumplir mi capricho.
Te tengo muy buenas noticias, como te habrás dado cuenta en el primer párrafo de esta carta, ya que mi condena pronto terminara junto al final de este planeta, me han devuelto a mi “yo”. Ahora que he vuelto a ser yo misma, puedo decirte lo que siempre he guardado…
De nuevo puedo sentir, expresar con libertad, hacer que mi historia avance… no sabes lo feliz que me hace… Sólo espero que vuelvas pronto de tu reanudada infinita batalla y regreses a visitarme, tengo montones de cosas sobre las que quiero hablarte.
Aun me tienen restringida la longitud de mis cartas, así que no podré contarte demasiado. Sólo que, aunque en un principio dudaba de que aquí aparecería vida, ya tengo gente con quien hablar, gracias a ellos el tiempo se pasa, aunque sea un poco mas rápido. No te preocupes, son gente muy buena.
Mi nombre es Sabina, aunque por desgracia aun no me han devuelto mi apellido.
Aunque puede que ya te dieras cuenta desde hace mucho tiempo, por fin puedo decírtelo; te amo…

Esteban Gauto

La tragedia


La vida continúa. Aun después de la muerte. Al menos la vida de los otros. Cuando a Daniel lo echaron del trabajo, con 45 años, después de haber aportado la mitad de su vida en la fábrica, luego de haber encontrado su identidad, su lugar y sus compañeros, pensó que todos harían un escándalo. Que aquellos con los que se juntaba a tomar mate y compartir historias saldrían a la calle a reclamar que lo tomaran nuevamente en el puesto. Pero no fue así. Un viernes lo echaron por recorte de personal- no hubo más explicaciones- “perdón Daniel, la cosa está muy difícil”, le dijo el sobrino del dueño, un pibito que no pasaba los 25 años. Daniel observó su rostro: el pibe no sabía lo que decía, probablemente ni siquiera lo sentía en verdad. “Cómo iba a saber realmente lo importante de su decisión, este nene tiene la vida comprada” pensó, “A la edad de él, sólo se quiere escalar hacia el éxito; a mi edad, los que no llegamos apenas nos mantenemos en pie. No sabe que me quitó el pan de la boca, no sabe que me quitó el futuro; no sabe que con su decisión al azar, me condenó a la incertidumbre y al hambre, al miedo y a la angustia”. Tampoco le importaba, en el fondo ambos lo sabían, pero hay un pacto silencioso entre los hombres que pertenecen a esta sociedad: en situaciones de este tipo, no se debe generar disturbio. “Las cosas son como son, cuando aceptas un trabajo también aceptas que te echen”, se consoló al volver a su casa en el colectivo. El lunes fue a hablar con el gerente para ultimar detalles de su indemnización. Al entrar por la puerta, contempló el rostro de todos sus ex compañeros. La mitad de ellos, lo miraron como si fuera una especie de cadáver viviente o un ave de mal agüero, un ente que podría contagiarles su desgracia; la otra parte lo delineaban con sus ojos, regalándole un sabor de pena: de lástima. La charla con el gerente fue amena. Lo invitó a su oficina, le ofreció un asiento y un café, junto al tipo estaba su abogado, un señor de la misma edad de Daniel, pero con mejor suerte- que también era un familiar del dueño, claro-, “todo queda en familia” susurró, casi como un insulto. En todo el proceso fue lo único que se permitió decir. Tenía los ojos rojos, calientes, sobrecargados de lágrimas de impotencia, lágrimas que no podía permitir que caigan, no delante de ellos, al menos eso debía guardarse para sí. Sentía una opresión tan fuerte en su pecho, una congoja tan poderosa, que apenas podía hablar, se creía un desgraciado por haber sido tratado como un objeto, como una basura, poco más que un perro y aun así, no atreverse a mover un dedo por su vida. Todo lo demás pasó volando. El papelerío se dio con la hipocresía esperable; después de la típica palmada en la espalda, no hubo mucho más que hacer. Cuando atinó a dar verdadera dimensión de lo que sucedía, ya estaba afuera de la fábrica. Al salir contempló sus posibilidades. Él no era de esos individuos que hacen denuncias, aunque una parte ínfima de su interior lo pensó, pero lo habría hecho sólo para contentar a su esposa, que seguramente le reprocharía miles de cosas durante mucho tiempo, hasta que el problema se resuelva. Aun así, no era motivo para optar por la degradante reivindicación de un juicio laboral. En adelante, optó por asimilar todo como lo hizo siempre, como lo hacen los hombres que no tienen nada que perder. Los que nacen derrotados. Al día siguiente, se levantó en la madrugada, tomó un café bien cargado y salió al ataque. Compró un diario en el primer puesto que encontró y fue en búsqueda de la misma rueda en la que siempre giró, “como una rata sin rueda, estoy” pensó. Fue a buscar trabajo. Al caminar contempló su sombra danzando en el asfalto: el oleaje minúsculo de una silueta anónima invadida por el sol de la mañana. Algo de su imagen proyectada en el suelo lo hipnotizó; siguió el movimiento rítmico de su andar y luego miró alrededor. Observó con nauseas la escenificación de una ciudad repleta de obscenidad y excesos; de lujuria mal repartida y ambición. Por unos instantes se inspeccionó dentro de esa escena, de esa fotografía repetida que albergaba una y otra vez el mismo rótulo. Cerca de él estaban unas fábricas, eran monumentos de ladrillos y hormigón, parecían abandonadas, pero en su interior se escuchaban chirridos de maquinarias metálicas; algo le hizo asociarlas con el intestino de una gran bestia. Se dirigió a la puerta de entrada de una de ellas, sacó su hoja de vida del bolso y encontró una fila de hombres del extenso de una cuadra. Sintió nauseas. Pensó en todos los individuos desesperados que estaban detrás de esas paredes, en los pisos más altos, trepando hacia una cima inexistente, pisándose las cabezas, alimentándose de los despojos humanos que estaban afuera. Mientras tanto, él y los demás imploraban un lugar pequeño en esta sociedad del desastre. Reclamando una rueda donde girar sin fin, para alcanzar la nada. Daniel sintió dolor por todos: vergüenza por los que estaban en los pisos altos y por los rechazados del asfalto. Reflexionó: “todos piensan que van hacia algún lado, pero siempre están en el mismo lugar; creen estar alejándose de la muerte y, sin embargo no ven lo cerca que ella les respira”. Él también es una rata, siempre lo supo, desde que nació. Sólo que el hambre y el desempleo del 2001 se lo estaba diciendo con la fuerza de un metal caliente en su piel. Tal vez en una época, en su juventud, tuvo oportunidad de dudarlo; ahora es una certeza. Antes de irse de allí tomó su hoja de vida y la rompió, luego la metió en una alcantarilla para que nadie nunca más la encuentre. Finalmente miró hacia arriba, hacia las nubes, hacia adelante y a la nada, para decirse en voz baja, como un secreto a sí mismo y al mundo, una idea que emergió de sus tripas con la fuerza de un vómito, un pensamiento que al salir buscaría realizarse de cualquier forma posible: “no hay nada más peligroso que una rata acorralada”.

Fernando Cabral

El portazo y la lágrima



de aquella noche le habían quedado dos recuerdos recurrentes, el fuerte ruido que hizo la puerta cuando él bruscamente la cerró al irse y la sensación fría de una lágrima que al caer iba  dibujando una línea recta en su mejilla que ella sintió como un surco ácido. Esa gota marcó el punto final de la relación pero a su vez,  el principio de un largo y angustioso llanto.
 Esa escena había cumplido 10 años ese día y ese amor había durado la mitad. Demás está  aclarar, que llevaba más tiempo de dolor que lo que duró su noviazgo.
Una y otra vez quería convencerse de la frase pretendidamente contenedora de que el tiempo cura todas las heridas, que es el único terapeuta posible y cosas por el estilo.  A pesar de los años transcurridos María iba por el mundo cumpliendo a rajatabla sus tareas, madrugar,  habiendo dormido de a ratitos, desayunar unos mates mientras chequeaba mails,  un baño y al trabajo. A la salida, cine, teatro, caminata con alguna amiga, trataba de rellenar el tiempo y caer lo más tarde posible por su casa, evitar el vacío, no permitirse huecos ociosos, no correr riesgo de que, como el agua, avanzara la tristeza y cubriera los rincones de su vida.
Aquel portazo volvía a su cabeza con cada golpe que escuchaba, cualquier ruido fuerte servía para el recuerdo, así como cualquier gota de lluvia la transportaba  a aquella noche de desgarro.
 Las estaciones del año se sucedían encadenadas sin diferencias, flores, alfombra amarilla, árboles esqueléticos, pero en definitiva en su estado todo era lo mismo, frío, calor, humedad, todo gris, todo marchito, todo fin.
Cualquier estrategia en que se embarcara era fagocitada por la angustia, que como un monstruo hambriento devoraba todo mecanismo de defensa posible.
Una mañana despertó luego de 8 horas profundas de sueño, seguía cansada, sin embargo supo valorar esa anomalía, tarareando una canción de su niñez agradeció.
El plan ya estaba armado, no había vuelta atrás.  Llamó a su trabajo para avisar que iba a faltar, sabía que el jefe lo tomaría a mal, “qué me importa, viejo idiota” pensó. 
Se dirigió al baño, preparó el agua calentita, como le gustaba, esta vez puso el tapón en la bañera y la llenó bastante, quería penetrar todo su cuerpo, o lo que quedaba de él, dentro del agua.
Ya tenía preparado un vaso con agua fresca y las pastillas que le habían recetado para dormir,  tomó, no sólo una,  todas las que quedaban en el frasco, de a tres o cuatro iba tragando los comprimidos, hasta parecía que los saboreaba, tiraba la cabeza hacia atrás entrecerrando los párpados con cada tanda.
Por un momento sonrió levemente recordando los días de su adolescencia, con sus compañeras se mataban de risa por cualquier estupidez. También se acordó de su madre y sus dichos, pensó “la estoy defraudando”.
Cerró la canilla, ya había suficiente agua.  Fue dejando caer el camisón, y se dirigió hacia la bañera.  Se sumergió lentamente, la tibieza del agua fue corriendo por su piel como una caricia especial, al instante pensó con intensidad en las manos de su madre cuando la acariciaban.  Hasta la cabeza  hundió, el cabello negro comenzó a flotar y lentamente cayeron sus brazos al agua que colgaban débiles,  resistiéndose como con voluntad propia,  de los bordes de la bañera. 
Fueron segundos con la cabeza sumergida, todavía no había perdido la consciencia totalmente, sin embargo, fue más por instinto que salió a la superficie, su cuerpo todo se torció por la presión del agua y quedó dormida apoyada contra la loza fría, fría y blanca.
_ Buen día Carla.  Carla te entré dos boletas que estaban en el cartero, hoy anuncian lluvia a partir del mediodía, pero hay un sol radiante, se nota que llega el verano. ¡Carla, ¿estás?!
_”Parece que no fue a trabajar…”, pensó Bety.
Bety venía cada 15 días a limpiar, Carla se había olvidado, la señora tenía llave por cualquier cosa, había mucha confianza, en parte esa mujer había sido como su segunda mamá. 
La señora se dirigió al baño conducida por la curiosidad que le dio notar la luz que venía desde ahí, abrió la puerta con suavidad: _Carla ¿te estás duchando?…, apenas entró vio en la pileta el frasco vacío, _ ¡¿qué te pasá!? ¿estás loca?  gritaba  Bety desesperada.
Como pudo la tomó de los lánguidos brazos y la fue tironeando hacia fuera de la bañadera cuidando de que no se golpeara la cabeza, la arrastró hasta el comedor, la apoyó en la alfombra, no le daban las fuerzas para subirla al sillón. El cuerpo de Carla estaba frío, pero vivo. Ya habían transcurrido tres horas de la trágica decisión de la chica, Bety le tiró con violencia una manta sobre el cuerpo, se agachó y comenzó a masajearla enérgicamente con una mano, mientras con la otra llamaba a emergencias. 
_Betyyy…, balbuceó Carla. 

Graciela Ramírez

Correo de guerra


Un correo he recibido
con el sello imperial
yo me doy por aludido
¿cómo he de rechazar?


La reinita me ha invitado
a un banquete sin igual
su mirada inmoral 
mi apetito ha despertado.

Me advierten que deambula
custodiando el final 
qué no es hambre sino gula
y que puedo fracasar.

Pero tengo bien clarito 
mi jugada fantasmal 
qué aun siendo jovencito 
a una reina he de matar.

Junto brío y mucha audacia
mi secreto guardaré 
no sea cosa a la desgracia
por bocón atraeré.

Pero el macho se dio cuenta
y a su reina cuidará 
él no es Rey por vestimenta 
y su amor defenderá.

No son muchos que perciben
lo que ha de acontecer 
nuevo héroe ha de nacer
si es que acaso lo reciben.

Palidece el alto cielo 
mi camino se despeja 
¡ay reinita si él te deja!
confundido por el celo.

Ya preparo mi carrera
ya espero mi jugada
estos cuadros no me esperan
miro atrás sin retirada.

Muerte al rey, el primer verso
no se aprecia el remitente
el reloj está latente 
mi tablero, mi universo.

Es el turno y me han llamado
dale Alfil escucho atrás
mi rival se ha equivocado
y al rey he de matar.

Un peón endemoniado
mi camino atravesó
pido auxilio a mi lado
ni la bestia respondió.

Han cortado mi camino
mi monarca se resguarda
pero alteran mi destino
Y mi hora no se tarda


Santiago Pérez
Mayo 2018

La ley del péndulo


Desde que se abolió la esclavitud, los conflictos sociales no dejaron de ocasionar caos y descontento generalizado en la población. Marchas, protestas, piquetes y cortes de vías reclamando vaya a saber qué. Hoy, gracias a la abolición de la libertad, podemos gozar de la plena certeza de que los trenes funcionarán con normalidad en todos sus ramales.
La aprobación por unanimidad de la Ley del Péndulo representa una ventaja para todos los pasajeros. Estableciéndose un horario de partida y un horario de llegada, ya nadie dudará de la duración de su viaje, ni de su recorrido, ni de su destino final. El reloj de péndulo marca la hora oficial, legal, indiscutible, como todo en este maravilloso mundo que supimos conseguir.
Atrás quedó el desconcierto, la duda, la incertidumbre… hoy que sabemos que el destino está escrito uno puede adquirirlo en boletería a precios bajísimos. Nada como la tranquilidad de saberse en el camino correcto. Sea en primera clase o en la cuarta, uno por fin puede estar seguro de que ese asiento que hoy ocupa es el que le ha sido designado hasta el final de su viaje.
- Perdón… ¿puedo hacer una pregunta?
- No, señor. Hacer preguntas está penado por la ley. Debería saber que está prohibido cuestionar la autoridad por ley 25.584.
- ¿Y si necesito sacarme una duda sobre el funcionamient…
- La duda también está prohibida. Váyase antes que llame a seguridad, por favor.
Y me tuve que ir… antes de que me echen a patadas. Nunca imaginé que viajar en el tiempo pudiera traerme esta clase de sorpresas. El mundo se fue al carajo. O se va a ir, mejor dicho. El renacimiento del medioevo no sólo llenó de curas y culpas las calles, mujeres en las hogueras y censura en las pantallas. En el nuevo mundo no hay manera de conseguir pasaje hacia mi añorado presente, en donde todavía podía elegir a dónde ir.


Mariana Cravenna

Una vida, mil vidas


Y ahí iba yo una vez más rumbo al trabajo, tomando ese bendito tren, repleto de gente, repleto de vidas, gente que sube-baja, compra-vende, miles de vidas en un viaje y ese viaje se repite todos los días, pero cambian las gentes, esas personas que transcurren día a día ya no son las mismas, a algunos vendedores o repartidores de estampitas, los he visto crecer… y la gente sube-baja, compra-vende, como yo en mi vida, miles de vidas en mi vida, muchos momentos, muchas etapas y la vida sigue, como el tren.
Y Ahora sí, ahora mismo estoy parada en la estación esperando el tren. En un parate, en una estación desierta, donde parece no pasar nada, sólo a veces algún movimiento ínfimo.
Vamos tren ven pronto, que espero ansiosa tu llegada para nuevas aventuras.
Carolina Lacaba Barrios

Tensión superficial

-Yo antes también era como vos, me afectaba mucho la vida, me tomaba todo a pecho. Pero desde que me extirpé los lagrimales, estoy mucho más tranquila. A vos te vendría bien. ¿No querés que vayamos a la clinica para ver a mi cirujano?

-Lo que vos quieras, pero primero sacate la pistola de la cabeza.

Gonzalo Zabalgoitia

Envidia de la sana


Es increíble. Miralos. Aquel agarró un palo (un palo cualquiera, un palo de escoba en este caso, pero bien podría haber sido un cacho de rama) y dice que es una escopeta. Entonces ¡pum! ¡pum!, empieza a los tiros y sus compañeros ¡le creen! y salen corriendo. Corren por sus vidas, claro: uno, logra esconderse atrás de un árbol; otro, se tira cuerpo a tierra; él queda suelto, le hace frente, pero es acribillado (o mejor dicho, se hace el zonzo, se hace el muertito). El que estaba atrás del árbol, abandona su posición estratégica para trepar el limonero y empezar a lanzar fruta. Nadie se esperaba la lluvia de granadas y vuelven a correr descontrolados. Se chocan entre sí, pero se ríen. ¡Cómo se ríen a carcajadas! Son realmente hermosos. En medio de semejante caos alguien agarra el palo, el del principio, sí, el mismo y dice que es un arma rayo laser; empieza ¡chiun! ¡chiun!, pero nadie le cree, les parece demasiado fantasioso. Se escucha que alguien llora y pide upa. Falsa alarma: sólo se trataba de un osito de peluche apelmazado que perdió a su madre y pedía cariñitos. Y siguen jugando. Y riendo. No les importa nada, son eternos. ¡Qué bárbaro! ¡Cuánta envidia! ¡Qué bien se la pasa en el loquero!…

Matías Calassán

Instrucciones para ir a un taller literario


1. Si Ud tiene la imperiosa necesidad de canalizar su creatividad a través de la escritura, no dude en acercarse al Taller Literario más cercano a su domicilio.
2. Descarte de plano las ideas que lo hacen permanecer inmóvil en su casa “seguro son todos muy jóvenes” “¿habrá alguien de mi edad?” “leí muy poco de los grandes autores”. Recuerde que el grupo se forma gracias al aporte de cada integrante, aporte que no se ve condicionado por variables tan frías como edad, procedencia y/o experiencia en la escritura. Porque cada uno se potencia con el crecimiento del otro y (aunque la escritura es un acto solitario) como dice Lewis Carroll “Las aves del mismo plumaje vuelan en bandada”.
3. Si Ud está hastiado de lo que encuentra en las redes sociales, en los medios y en su propio mundillo individual, abra la puerta con entusiasmo a su imaginación y verá lo lindo que es ponerse en el pensamiento, la emoción y la circunstancia de personajes que nada tienen que ver con su realidad (o quizás sí) y que cobran vida propia, cada vez que un lector los completa, los lleva en la mente, los ama o los odia.
4. Frente al pensamiento, “me encantaría, pero no tengo tiempo” evalúe si realmente es así, o es una respuesta automática, cada vez que está por animarse a hacer algo distinto o algo que realmente le gustaría.
5. Si Ud se siente identificado con alguno de los puntos anteriormente mencionados, es momento de , sin más preámbulos, ni intelectualizaciones, empezar a escribir.


M. Cristina Pradera

Gotas de Lluvia

Gotas de lluvia danzarinas, atrevidas acarician mi cara, me empujan a buscar refugio; apuran mi paso. Gotas de lluvia, maldecidas, bi...