jueves, 27 de septiembre de 2018

Jugando con fuego


La gran hoguera estaba preparada, en el centro cívico de la cuidad. Se conmemoraban 70 años que don Fusto Ernesto de la Sierra Pentacolor, hizo lo que hizo por el pueblo. Él entró al incendio y rescato a muchas personas, en uno de sus viajes se relata que llevó 7 niños en sus hombros. La bestia humana, caminó descalzo por las ascuas sacando la mayor cantidad de pequeños inocentes que pudo. Las leyendas cuentan que entró y salió tantas veces, hasta que la carne de sus pies estuvo cocida. Después tirado en el suelo, casi desnudo, pero vestido de negro ceniza les dijo a sus compañeros ciudadanos que lo dejen a él solo. El resto de la población huyó al río, mientras Ernesto se paró y apagó el fuego de todas las casas.
Nadie sabe cómo lo hizo, sólo se sabe que una hora después, vino rengueando, totalmente negro. Nos dijo que lo había apagado y fuimos para comprobar que el fuego había muerto, ni existían carbones prendidos, todo estaba frío. De ahí, nadie supo cómo lo logró y él jamás lo contó.
Por eso todos los años conmemoramos a nuestro héroe. Poniendo una hoguera donde cualquier persona pueda ir e intentar apagarla sólo con su cuerpo. La fila como siempre, no era ni muy larga ni muy corta, era justa. Alrededor del círculo de fuego, estaba rodeado de agua y cuchillos. El agua para relajarse y los cuchillos para suicidarse si no se soportaba el dolor.
Edison, hijo de Bartolomeo de la santísima guardia del oeste, fue el primero. Era mórbidamente obeso, tenía rollos que rebalsaban hasta su nuca, pero al mismo tiempo era precioso. Tenía ojos color hielo y rizos pelirrojos.
Miró los tablones que estaban dentro del fuego y los odió, vio a los asesinos de sus bisabuelos. Entró de un salto, rompiendo los listones que estaban en el suelo, astillas ígneas volaban por los aires. El gordo, gritó de dolor y puso su plan en marcha. Cubrió su cara con las manos y empezó a rodar donde podía. Ahogaba el fuego con grasa, pero el calor le cocinaba el cuerpo. Nadie podía rescatarlo, así era el reto, sólo si él lo pedía. Bartolomeo no lo resistió más, se metió entre las llamas y con sus manos hizo rodar a su hijo al agua. Todos lo miraban felices de que se hubiera salvado, pero no acotaban nada porque era un acto deshonroso ser salvado.
Se dio paso Tadeo Isidoro cruz, un viejo que se la daba del rey del orden, pero entro y tuvo que ser salvado cuando el fuego le secó los ojos. La soberbia lo dejó ciego.
Lo siguió Guille, era conocido sólo por Guille y no tenía familia que lo salvara. Sus esqueléticos brazos se metieron dentro y nunca salieron.
Martin Hierro conocido por “gringo”, a pesar de ser más oscuro que el carbón mojado; se metió adentro, pisaba las ascuas sin sentir dolor, partía tablones con los puños, devastaba el fuego, hasta que se ahogó con el vapor proveniente del asado de carne humana, que llevaba por pie. Después las ratas del pueblo comieron la carne agridulce más rica, que probarían en su vida.
Uno a uno fueron corriendo los hombres, se juntaron cadáveres, pero la ceremonia dura hasta que el último valiente haga su intento. Para evitar que se muera el fuego, se metía madera y los licores más berretas que teníamos. Si eras uno de los primeros, las llamas eran más fuertes, pero tenías una ventaja: al entrar al infierno no había olores extraños, ni tampoco pedazos de humanos por el camino.

Hoja de Laurel de la Cosecha madura. Estaba sin ninguna vergüenza semidesnuda frente a todos, las niñas la admiraban y los viejos la deseaban.  Se paró, entró al horno de madera, gritó como un oso y las chicas aplaudieron despavoridas.  Como bien entró, empezó a intentar asesinar el fuego con maderas impregnadas del mismo, se estaba empezando a quedar pelada. Al rendirse no tenía cejas y ya nadie la deseaba, pero alguna que otra chiquilla le alcanzaba agua, por ser la única mujer que se enfrentó al reto.
Ya la madera se estaba consumiendo y la gente se aburría. Era la hora donde se esperaba al último desgraciado, pero antes se usaban las llamas para cocinar o, torturar lo que quisieran.
El sacerdote Asterión Flores dijo mi nombre. Aparecí con mis rollos y altura media, pero con el pelo negro hasta la cintura. Dije “solamente lo haré si nadie mira, además quiten toda el agua de alrededor, sólo voltéense si llego a rendirme” Las personas fascinadas por la novedad, acataron mi orden sin problemas. Esperé hasta que el último se diera vuelta. Caminé por las calientes cenizas, miré a los costados y empecé a apagar el fuego del suelo, con mi orina. Había estado tomando muchísima agua, guardando para este momento. Largué todo lo que tenía, fue suficiente hasta para dejar todo el suelo mojado y después usar las cenizas para apagar las tablas a mi alrededor. Una vez la tarea hecha el pueblo se volteó y fui su héroe. Con quemaduras, dolores de vejiga que eran mayores que el de mi piel rostizada. Al mismo tiempo, también recibí dos barriles de agua ardiente y tres novicias de regalo de la gente, por conmemorar el día de don Fusto Ernesto de la Sierra Pentacolor, de semejante manera.

 Fernando Cabral

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