Camino entre restos
de una ciudad llena de flores, otrora bellas y hoy secas de toda sequedad.
Ceguera parcial,
donde las pupilas se desintegran cansadas de paisajes grises.
Como un centauro,
lucho empecinado entre mis profusas alegrías, cuerpo a cuerpo.
Casi un álter ego
desquiciado, rasco la sarna, que avasalla mi piel pura y disfruta
boicoteándome.
Caigo tantas veces,
que la cuenta es imposible de llevar, mágicamente levanto mi mirada al cielo,
con una plegaria muda y con la ayuda de las estrellas me pongo de pie, una vez
más.
Carcajadas imparables
suenan como algarazas, en medio de la noche más larga.
Comparo
infatigablemente mi fuerza, es como la del acero fundido corriendo por mis
venas moradas, dejando ardientes surcos.
Confluyen en mí dos
existencias inalterables, que pujan por ganar.
Cofradía ponzoñosa
instalada, debilitándome desde mis entrañas retorcidas.
Cansada ya de
convertirme una y mil veces, entre infinitas opciones y pasiones, inquiero
armonía, desde los más oscuros y eternos laberintos.
Liliana Parra
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