martes, 25 de septiembre de 2018

Envidia de la sana


Es increíble. Miralos. Aquel agarró un palo (un palo cualquiera, un palo de escoba en este caso, pero bien podría haber sido un cacho de rama) y dice que es una escopeta. Entonces ¡pum! ¡pum!, empieza a los tiros y sus compañeros ¡le creen! y salen corriendo. Corren por sus vidas, claro: uno, logra esconderse atrás de un árbol; otro, se tira cuerpo a tierra; él queda suelto, le hace frente, pero es acribillado (o mejor dicho, se hace el zonzo, se hace el muertito). El que estaba atrás del árbol, abandona su posición estratégica para trepar el limonero y empezar a lanzar fruta. Nadie se esperaba la lluvia de granadas y vuelven a correr descontrolados. Se chocan entre sí, pero se ríen. ¡Cómo se ríen a carcajadas! Son realmente hermosos. En medio de semejante caos alguien agarra el palo, el del principio, sí, el mismo y dice que es un arma rayo laser; empieza ¡chiun! ¡chiun!, pero nadie le cree, les parece demasiado fantasioso. Se escucha que alguien llora y pide upa. Falsa alarma: sólo se trataba de un osito de peluche apelmazado que perdió a su madre y pedía cariñitos. Y siguen jugando. Y riendo. No les importa nada, son eternos. ¡Qué bárbaro! ¡Cuánta envidia! ¡Qué bien se la pasa en el loquero!…

Matías Calassán

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