De tu cuerpo se desprende
el vino que me embriaga y
me conduce por senderos
cuyos destinos desconozco.
Nunca pude detenerme.
Me abrazo a tus piernas
y es allí cuando siento
los fuegos del mundo,
el preludio de lo sucesivo,
lo que es tenue y es suspiros.
Y si la sonrisa es inevitable
y lo indestructible se torna real,
quizás sólo quede una mirada,
nuestra mirada, etérea y frágil
como el humo del cigarrillo que
encendemos hacia el final y que
marca un nuevo comienzo.
Alejandro Di Donato
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